sábado, 19 de julio de 2014

El premio del Carroñero protegido



Leyendo esta noticia que he buscado en Internet después de haber conocido en la Sexta las andaduras de Martín Artajo y el ventajoso acuerdo con JP Morgan,   se me amontonaron las neuronas en mi mente dicharachera y el resultado es el cuento de Hartazgo 


 Hartazgo era el miembro más espabilado de Asqueo, la manada de hienas más envidiada del lugar, todas las hienas de Asqueo seguían sus consejos entusiasmadas y siempre ¡siempre!  sobraba carroña en el reparto.

El éxito de Hartazgo  se basaba en otear a las presas exhaustas y todavía vivas y no esperar al fatal desenlace para despedazarlas, de esta manera se adelantaba a otros carroñeros y buitres en el festín
La jauría sabía premiar la gran labor y siempre  ¡siempre! Artejo disfrutaba de las mejores vísceras de recompensa

La jauría de Hartazgo podía considerarse privilegiada  y disfrutaban de una vida de lujo para el tipo de vida que se dan los carroñeros, intragable para cualquier ser vivo con un poco de amor, pero, la verdad es que  nadie en la familia se sentía satisfecho con su éxito macabro; su afán por ser  más poderosos, su soberbia infinita,  su gula sin medida, les llevó a  traspasar la línea roja,  si es que entre estas fieras puede decirse que esa línea existe en realidad;  decidieron en común acuerdo que aprovecharían los momentos en que otras manadas de depredadores salían a recolectar cadáveres, para desenterrar sus  carroñas de reserva y repartírselas y así lo hicieron.  Todo era felicidad, festines y  pesadez de estomago; nunca se vio una manada de hienas  arrastrarse tan pesada ni se vio jamás un ser tan asquerosamente seboso y satisfecho como Hartazgo.

Pero como dice el refrán que se me acaba de ocurrir “No hay festín que no tenga fin” y es que un día las jaurías desconfiadas descubrieron la despensa rebosante de Asqueo y por la marca en la oreja de una cabeza descompuesta de una ternera robada en un campamento, confirmaron sus sospechas y descubrieron que la causa de su hambruna era la manada Asqueo y sus saqueos.

La tensión adquirió niveles de enfrentamiento a muerte entre jaurías y ante la certeza de que Asqueo tuviese que despedirse de aquel valle tan poblado de incautos cervatillos y gráciles gacelas, las hienas de común acuerdo decidieron buscar un responsable;  Hartazgo tenía que ser el cabeza de turco, para contentar aquellas fieras enfurecida; se le ofrecieron para que aceptase su destierro dorado, grandes reservas de vísceras y desechos de carne corrompida que en otro tiempo habían sido animales confiados que cayeron en sus fauces.  Hartazgo acepto satisfecho, goloso, pensando en el gran festín que le esperaba y reconociendo que nada podría hacer para evitarlo; el había sido marcado para salvar al resto de carroñeros, así que acepto sonriente  y diciendo “bien vale el destierro por el festín que me espera”

Lo que no se imaginaba Hartazgo es que una de las mayores manadas de la zona, no se tragaría el cuento y que se juraron hacerle paga muy caro su osadía poniendo a su cabeza orden de busca y masacre.


Pero Hartazgo muy ducho en  trapicheos y zorrerías no tardó en mosquearse y antes de que se pudiesen ni dar de cuenta, pidió protección en otro valle, en el valle que hace muchos años sus padres le vieron nacer. Allí una enorme jauría de hienas que masacraban sin piedad todo herbívoro fatigado y confiado, donde aprendió de joven sus mañas, le aceptaron jubilosamente prometiéndole grandes despojos si sus fechorías ensombrecían a las realizadas en su pasado.

Así fue como hasta hoy Hartazgo engorda feliz,  protegido de sus grandes enemigos y dedica sus ratos de ocio aconsejando a sus nuevos aliados, que han empezado a notar la falta de carroña sobrante que guardaban bajo tierra

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