viernes, 25 de enero de 2013

El Redentor en el país de los marranillos




La vida  transcurría con su aplastante  monotonía, cada segundo pesaba como una losa  por el deseo inoculado de llenar con alegrías compradas el apetito insaciable que colmaba nuestras vidas tan adictas al consumo. Mercancía en celofanes para todas las edades que nos llenaba las horas sin conseguir ni un instante que nos despertase el alma y nos llenara las vidas. El comercio de la carne, de la moda, del amor de diez minutos, de la tarjeta de oro o mejor aun, de platino, el chanchullo bananero de política barata con democracia incluida, con elecciones cirquenses donde en las listas cerradas se incluyese al mejor postor que valiente defendiese  las financias del partido a cambio o de algún sobre distraído por las recalificaciones o de algún enchufe de allegados, de familiares, de la querida, el querido; un gestor  que sin rubores se prestase al trapicheo sin mover ni una pestaña.
Mientras la cola creciente de ciudadanos pasmados como una Santa Campaña; fantasmas encadenados siguiendo al pié de la letra los guiones preparados para tenernos callados, con sentidos embotados, apirolados, dormidos, sumisos y apapahostiados, ansiando llegar más lejos en la carrera de momos atados, manoseados, soñando alcanzar la luna, el automóvil de lujo,  el chalecito en la playa, un yate y una chavala morenota y muy tetuda como pintan esas series de  tanta telebasura.
 Una vida encarrilada, dirigidos como momias, sin salirse de la fila, sin decir ni una palabra que moleste al auditorio o al cantante que gobierna.
 Época del pelotazo, de ladrillo, del dorado, de  inflación inmobiliaria en que flota el pelotazo y transforma toda  España  en paraíso de cacos.
Inmersos entre la bosta como vil escarabajo pelotero y con los ojos cerrados por tanta mierda disfrazada de progreso no percibimos los cambios, nuestras costas transformaban su belleza natural y las más hermosas playas se tornaban  hormigón con un ritmo trepidante y  mala saña.
 
Época en que los banqueros ofrecían hipotecas sin remilgos financieros; por firmar un documento con mucha letra pequeña, te ofrecían el dinero para comprar un pisito  coquetón y amuebladito y con un poco de suerte comprabas el cochecito.

Época en que se ofrecían preferentes adornadas de paraguas de regalo, depiladoras, sartenes y batidoras para cazar pensionista, dependientes, o viejecitos sin dientes.
El Gobierno socialista que mantuvo la política indecente y de la cual se jactaba y alababa el crecimiento por los grandes dividendos conseguidos sin preocuparse del déficit infinito que a la larga hundiría los cimientos del país en el averno
La avaricia sin medidas de traficantes de basura, los tramposos que mandan, en los bancos y las cajas, sembró la desconfianza de las momias dirigidas y se derrumbó la base de ese castillo de naipes que le llamamos la banca arrastrando el paraíso que nos mostraba el consumo  a una crisis sin salida; el progreso era de humo, de mentira.
Se desmoronó la Jauja, las empresas comenzaron con ayuda del Gobierno a despedir gente en masa, la recesión se dejó notar arrastrando al comercio al pozo sin fondo.
Los bancos cerraron los créditos y la orgía del consumo sin límites se evaporó.
 
Y aquí llegó el Redentor, haciendo sonar la flauta, prometiendo el paraíso por un voto, el trabajo, la vivienda, la sanidad, educación gratuita como siempre, hasta las chuches tendrían más seguras los pequeños.
Y los borregos de siempre con orejeras, siguiendo su carril, en fila sin rechistar se tragaron las mentiras y votaron al tirano que nos arrastra a la ruina.
El Gobierno que prometía la gloria para conseguir el voto, se olvidó donde tenía la vergüenza, aplicó bien  la tijera y cercenó los derechos alcanzados, no importaba desahuciar a los ancianos y tampoco a las familias con  menores, dejar sin ayuda a los pobres dependientes, multiplicar los impuestos, reducir sin bagatelas los  maestros, privatizar Sanidad, cobrar por las medicinas, eliminar médicos, aplicar tasas abusivas a la justicia, cerrar hospitales, todo valía con tal de salvar a la banca y reducir el déficit.  Los bancos se convirtieron en un saco roto donde fueron a parar nuestros impuestos, al no ser suficiente se recurrió a pedir el rescate financiero que lastrará nuestro futuro por muchos años.
Solo queda una salida, es enfrentarse al sistema, es luchar sin darles tregua por todos nuestros derechos conseguidos del trabajo, del sudor de nuestra frente y echarlos de nuestra tierra; su paraíso de lujo después de hacerles pagar hasta la última perra, hasta el último recorte, hasta el último chanchullo en las cuentas de Suiza y paraísos fiscales.

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